jueves, 9 de abril de 2020

La esperanza de saber que se puede, por Marian García


La esperanza de saber que se puede, 
por Marian García


Nos aferramos a la esperanza con fuerza cuando deseamos que determinadas situaciones mejoren en nuestra vida. Es intermitente, aparece y desaparece en función del momento en el que nos encontremos. No es una actitud, es un estado de ánimo.

Nos entregamos a ella convencidos de que sin su ayuda no conseguiremos alcanzar nuestro propósito. Es la esperanza uno de los sentimientos más constructivos y positivos que podemos sentir las personas.

«La esperanza es el pilar que sostiene al mundo. La esperanza es el sueño de un hombre despierto.»
-Plinio el Viejo-

¿Esperanza u optimismo?

A veces, confundimos esperanza con optimismo. No son lo mismo, aunque se complementan. El optimismo es algo más constante, es decir, es la actitud que adoptamos para enfrentarnos a la vida. La esperanza, sin embargo, no está siempre con nosotros, aparece de manera puntual, cuando pensamos que es necesaria para un momento determinado.

Con esperanza construimos, es un sentimiento positivo basado en la realidad. Se produce cuando anhelamos, deseamos, creemos y queremos alcanzar una meta. Sin embargo, no siempre conseguimos lo que nos proponemos. Hay ocasiones en las que diseñamos nuestros objetivos basándonos en irrealidades y alimentamos lo que llamamos falsas esperanzas.

Las personas con esperanza suelen conseguir buenos resultados en aquello que se proponen. Es una fuerza que nos empuja actuar, nos motiva, nos fortalece y nos ayuda a tomar decisiones.

«La esperanza es como el sol, que arroja todas las sombras detrás de nosotros.»
-Samuel Smiles-

Siempre va acompañada de emociones positivas como son la confianza, el entusiasmo o la felicidad. La desesperanza, sin embargo, se relaciona con sentimientos negativos como la desidia, la inseguridad o la desilusión

La esperanza también nos brinda una oportunidad de crecer. Aquellas personas “esperanzadas” se sienten más capaces de superar los obstáculos que se presentan en la vida. Por el contrario, la falta de esperanzas se alía con el miedo, nos hace más inseguros, nos paraliza y nos impide intentarlo.

La esperanza hay que cultivarla



Pero la vida no siempre nos ofrece su mejor cara y nos brinda la posibilidad de facilitarnos el camino. Por mucha ilusión y por mucho empeño que pongamos, la esperanza no es una pócima mágica que nos asegura el éxito.

Sin embargo, recurrir a ella siempre será más favorable que abandonarse a la desesperanza. Hay personas que de manera innata utilizan esta habilidad, pero todos podemos aprender a manejarla. Hay varios factores que nos ayudan a cultivar la esperanza. Si los trabajamos podemos conseguir que nunca falte en la despensa de nuestros pensamientos positivos.

Ponte metas: no se trata de ser ambicioso, se trata de intentar hacer cosas diferentes y ponerse objetivos que, eso sí, deben ser realistas.

Traza un camino: cuando establezcas una meta, diseña el camino que vas a seguir para conseguir tus objetivos. No construyas una línea recta. Incluye alternativas para superar los obstáculos que puedan presentarse en el camino.

Confía en ti: Persevera, esfuérzate y confía en ti. Es la mejor motivación que puedes tener para alcanzar tu meta

«Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción».
-Samuel Johnson-

El cambio nos abre el camino a nuevas posibilidades. La adversidad siempre es una oportunidad para crecer. Tener esperanzas es la fuerza que nos ayuda a intentar cambiar y enfrentarnos a la adversidad sin perder la ilusión.

No dejes que los obstáculos te detengan, si percibes que empiezas a desesperar, intenta ser más positivo, buscar nuevos caminos. Mira al futuro con optimismo, porque puedes alcanzar lo que deseas y, si no lo consigues, nadie podrá quitarte la satisfacción de haberlo intentado con todas tus fuerzas.


Marian García


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