lunes, 18 de septiembre de 2017

EL JARDÍN DE UNO | BUSCARÁS LA LUZ, por Carlos Burgos - (Cuento cuántico)


EL JARDÍN DE UNO | BUSCARÁS LA LUZ
por Carlos Burgos
(Cuento cuántico)


Es increíble cómo todos los seres del mundo echan raíces en la Tierra pero, ¿por qué lo hacen? ¿Por qué echamos raíces? ¿Por qué nos alimentamos de nuestra Tierra?

Con esta duda, Uno se levantó y fue en busca de su abuelo. Necesitaba saber por qué  expandimos nuestras raíces y buscamos el alimento en la Tierra.

—¿Por qué lo hacemos, abuelo? ¿Por qué echamos raíces?

—Para buscar la Luz…

—Pero, ¿cómo va a ser eso? En la tierra todo está oscuro, ¿cómo van a querer las raíces buscar la Luz?

—No, Uno —respondió el abuelo, con una sonrisa—. No se trata de que las raíces busquen la Luz. Quienes buscan la Luz son las hojas del árbol, pero para que las ramas crezcan y dirijan sus hojas hacia la Luz, para que el árbol suba hasta lo alto del cielo, debe alimentarse.

El abuelo quedó pensativo y le dijo:

—Ven, quiero enseñarte algo.

Uno siguió curioso e ilusionado los pasos de su abuelo. Entraron en el pequeño invernadero que había a la salida de la casa y le dijo:

—Mira, Uno. ¿Ves esta maceta? —tomó entre las manos un pequeño tiesto de cerámica, con una planta de unos quince centímetros y se la mostró. Uno asintió lentamente con la cabeza, con los ojos clavados en las manos de su abuelo como si fuera a hacer un truco de magia.

—Bien, ahora fíjate lo que hay en su interior.

El abuelo regó toda la tierra, clavó una pequeña herramienta del jardín en un extremo de la maceta, y fue horadando hacia el interior, circundando la maceta. Cuando recorrió el contorno, metió la mano por un lateral y extrajo el monto de tierra húmeda, lleno de raíces.

—¿Ves todas estas raíces?

—Sí… hay muchas.

—¿Ves cómo se han pegado a las paredes de la maceta?

—Sí…

—Bien, ven conmigo.

Mientras se alejaban, Uno seguía con la vista fija en la maceta, contemplando cómo esas raíces habían tomado la forma de la maceta. Llegaron al final del pasillo del pequeño invernadero, donde había macetas muy grandes con plantas parecidas a las de las macetas pequeñas. El abuelo separó cuidadosamente la tierra de una de las plantas y la extrajo sin dañar sus raíces.

—Mira estas plantas, son las mismas que las de aquellas macetas, pero estas tienen mucho espacio para crecer porque las macetas son muy grandes. ¿Ves alguna diferencia entre sus raíces y las de las plantas de las macetas?

—Sí, —respondió Uno—. Que esta planta tiene menos raíces.

—Así es… las raíces de la maceta pequeña son más grandes, ¿verdad? ¿A qué crees que se debe?

—¿A que las plantas son de diferente tamaño?

—No, fíjate bien… las dos plantas tienen el mismo tamaño, son idénticas… sin embargo, las raíces de aquella planta, la que ha crecido en la maceta, son muy numerosas, se pegan a sus paredes, llenan todo el espacio posible.

—Y, ¿por qué pasa eso?

—Porque busca la Luz, Uno. Todo, absolutamente todo en la Vida busca la Luz. También esta planta busca la Luz: sus raíces alimentan a sus ramas para enfocar sus hojas hacia la Luz. Sin embargo, cuando metí a aquella planta en la maceta, ¿sabes lo que sintió? Que estaba en una cárcel. Su pequeña consciencia le hizo saber que no estaba en la Tierra, sino en una especie de prisión… Y por eso hace todo lo posible por salir de ahí: para romper con su confinamiento y encontrar su libertad.

»Por el contrario, las que están plantadas en macetas grandes tienen tanto espacio para crecer que se desarrollan de forma normal. Sus raíces son normales, y las plantas serán muy altas y sanas. No necesitan llenar todo de raíces porque saben que disponen de toda la Tierra. En la maceta pequeña, sin embargo, la planta se sentirá ahogada, encarcelada, y buscará su libertad. Consumirá todos los recursos que estén a su alcance para conseguir escapar… tal y como nos ocurre a nosotros.

—¿Nosotros no somos libres?

—Sí, pero no lo sabemos. Cuando no nos Aman, cuando no nos sentimos queridos por los demás, cuando nos culpamos por algo que nos ocurrió en el pasado nuestra energía se apaga, sentimos oscuridad y es como si nos hubieran plantado en una maceta. Cuando no somos felices al estar solos, sentimos esas paredes por todos lados.

—Y, entonces, ¿las intentamos romper con nuestras raíces?

—¡Ja, ja! —río el abuelo de Uno. Sí, así es. Intentamos romper esas paredes con nuestras raíces, desesperados, intentando liberarnos de nuestra propia cárcel. Y buscaremos en la Tierra que nos rodea toda la energía posible para liberarnos. Iremos a muchos sitios, compraremos muchas cosas, nos rodearemos de mucha gente… y todo para encontrarnos con un final… extraño, —comentó, sonriendo hacia sus adentros. 

—¿Qué final, abuelo?

—Que la Luz no está ahí fuera… sino en nuestro interior.

—¿Nosotros tenemos Luz?

—¡Claro! Pero la gran mayoría de nosotros seguimos buscando la Luz sin saber que la llevamos dentro. Las personas, a diferencia del resto de los seres de este mundo, podemos crear esa Luz por nosotros mismos, no tenemos que buscarla… pero cuando no nos sentimos queridos por los demás nos da por buscar Luz exterior con la que sentirnos felices… ¡Pero no lo conseguimos! De hecho… ¿ha conseguido algún árbol de la Tierra alcanzar al Sol por mucho que crezca?

—No…

—Jamás ningún árbol alcanzará la Luz del Sol, por mucho que crezca, porque en algún momento dejará de crecer. Nosotros tampoco lograremos obtener la Luz de los demás, por mucho que crezcamos. Las plantas tienen un tamaño, y ocupan su lugar en el jardín. De la misma forma, nosotros tenemos nuestra propia Naturaleza y ocupamos una parte del jardín de la Vida. El problema es que  sentimos las paredes del miedo, las cárceles, e intentamos expandirnos para conseguir cada vez más y más tierra, más y más energía… Y, ¿qué dice eso de nosotros?

—Que estamos echando raíces porque buscamos la Luz… 

—Eso es… ¡pero resulta que ya tenemos la Luz!

—¿Dónde? ¿Dónde tenemos esa Luz?

—Imagina algo. Imagina que decides quedarte durante tres días solo, jugando en casa. No te daría por pensar que estás encarcelado, porque fuiste tú mismo quien decidió quedarse en casa, ¿verdad?

—Sí…

—Bien, imagina entonces que es una persona la que te encierra en tu habitación y te dice que no puedes salir… ¿vivirías feliz durante los siguientes tres días, o harías lo imposible por salir de ahí?

—¡Querría salir como fuera!

—Así es como nos sentimos cuando llega la incertidumbre y la desesperanza. Así es como nos sentimos cuando tenemos miedo por lo que ocurrirá, pensando que seguiremos estando solos. Sentimos esas frías paredes y queremos expandir nuestras raíces para liberarnos. Hacemos lo imposible por buscar la Luz. Y en esa lucha nuestras raíces van a intentar absorber la energía de todas esas personas que nos rodean, de todas esas situaciones que vivimos y de todas las cosas que tenemos. Intentaremos crecer, desesperados, echando raíces por todos lados, queriendo energía para romper con las paredes que nos limitan… cuando no las hay…

» Ése es nuestro extraño final, Uno: ¡darnos cuenta de que no hay paredes, de que no estábamos encarcelados! Darnos cuenta de que cuando buscamos la Luz en todo lo que nos rodea, cuando vivimos situaciones y conocemos a muchas personas evitando el dolor, ¿qué se queda de todo eso con nosotros? ¡Nada!… Pero, ¿qué habremos conseguido? Aprender a crecer mientras evitamos el dolor…

… Entonces, ¿no es esa lucha, esa huída de la oscuridad, ese afán por evitar el dolor nuestro premio? Cuando la Vida nos mete en una maceta y nos encierra entre paredes, ¿no nos está regalando la posibilidad de subir hasta el cielo y hacer que nos contemplemos como inmensos árboles orgullosos de su propia Luz interior?




Carlos Burgos


FUENTE: http://centropuntocero.com/



***Carlos Burgos es un madrileño que después de probar diferentes trabajos, encontró su verdadera vocación en ayudar a los demás a través de Coach por correo. Si quereis conocerle mejor, yo os invito a visitar su web, desde la que podéis poneros en contacto con él si os vibra:

http://centropuntocero.com/

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