Amarnos
como somos, como lo que ES,
por Jean Klein
Estar libre de la
idea de ser alguien,
eso es iluminación
La forma humana es un
microcosmos del universo.
Todo cuanto
supuestamente existe fuera de nosotros
existe, en realidad,
EN nosotros.
El mundo está en ti y
puede darse a conocer en ti como tú mismo.
Entonces, ¿qué es
este “tú”?
Como seres humanos
relacionados con todos los seres vivos,
debemos estar primero
relacionados con nosotros mismos.
No podemos entender,
amar y recibir a los demás
sin, en primer lugar,
conocernos y amarnos a nosotros mismos.
Generalmente, sin embargo, pasamos nuestras vidas enteras
dedicados a lo que evidentemente está fuera de nosotros sin mirar jamás a lo
que está más cercano.
No dedicamos tiempo alguno a la lectura cuidadosa de nuestro
propio libro, de nuestras reacciones, resistencias, tensiones, estados
emocionales, tensiones físicas y todo lo demás. Esta lectura no requiere
sistema alguno ni tiempo especialmente asignado a la introspección.
Implica solamente mirarse a sí mismo durante el día sin la
habitual identificación con un centro de referencia individual, una imagen de
yo, una personalidad, un propagador de puntos de vista.
Para enfrentarnos a nosotros mismos científicamente debemos
aceptar los hechos como son sin acuerdo, desacuerdo o conclusión.
No se trata de una
aceptación mental,
de una aceptación de
ideas,
sino de algo
completamente práctico, funcional.
Sólo requiere estar
alerta.
La atención debe ser bipolar. Vemos la situación y, al mismo
tiempo, vemos cómo ésta hace eco en nosotros como sentimiento y pensamiento. En
otras palabras, los hechos de una situación deben incluir nuestras propias
reacciones.
Nos quedamos en el proceso científico, libres de juicio,
interpretación y evaluación, únicamente atentos, en diferentes momentos del
día, a nuestro terreno psicológico, intelectual y físico y a nuestro nivel de
vitalidad.
No existe motivo alguno ni interferencia de un “yo”, ni deseo
de cambiar, crecer o llegar a ser. La aceptación funcional no es moral.
No hay necesidad de optar por un nuevo modo de vida que,
inevitablemente, se convierte en un sistema como otro cualquiera.
Cuando la atención es bipolar, en un principio hay observación
del así llamado mundo exterior pero con un énfasis en los movimientos internos.
Después, estos movimientos, los gustos y los disgustos, se convierten a su vez
en el objeto de exploración.
De este modo llegamos a intimar más con nosotros mismos, nos
hacemos más conscientes de cómo funcionamos de momento a momento en la vida
diaria.
Cuando somos
exploradores,
el verdadero escuchar
aparece automáticamente
y en escuchar hay
apertura,
receptividad.
La exploración nunca
se convierte en una fijación
con una meta a
alcanzar.
Permanece como una
bienvenida
que aporta
originalidad y vida
a cada momento.
Muchas terapias nos dicen que nos aceptemos a nosotros
mismos pero esta aceptación psicológica, a través de diversos tipos de
análisis, se refiere siempre a un centro individual.
En tanto que la idea del individuo permanece, hay un motivo
escondido en la aceptación. No es una aceptación incondicional sino que está
basada en un ideal, o una comparación, y siempre contiene un elemento de
resignación. La psicología cree en la existencia del ego y su tarea consiste en
hacer éste más cómodo, fuerte e integrado.
El que podamos organizar nuestra vida de manera más
satisfactoria ya es algo, pero no puede haber jamás una vía que nos lleve más
allá de lo conocido.
Estos procesos nos mantienen interesados en el objeto por
sutil que éste pueda llegar a ser.
En la aceptación
funcional,
el énfasis no está en
lo que aceptamos
sino en la aceptación
misma.
Nada hay para
intentar añadir o sustraer
de la vida que estás
viviendo.
Esta requiere tan
sólo estar alerta
para ver los hábitos
del pensamiento
y el modo en que
éstos nos comprometen.
Cuando vemos que casi toda nuestra existencia es una
repetición mecánica, automáticamente salimos del modelo para entrar en la
observación.
Todos los intentos de cambiarnos a nosotros mismos se basan
en la interpretación que supone la existencia de un intérprete, pero, cuando no
hay nadie para interpretar, ningún centro de referencia, el énfasis cae
espontáneamente en la acción misma de observar.
Es importante darse cuenta de que este observar sin un
agente (un "yo") no es una actitud ni un estado.
El objeto no es interesante. La observación en sí tiene su
propio sabor y no necesita adición alguna. Es la misma apertura, o bienvenida,
que constituye nuestro ser natural.
Para entrar en
relación con uno mismo
y, de este modo, con
el mundo,
toda interferencia
debe cesar.
Es el observador
quien,
proyectando
constantemente conocimiento
y deseos adquiridos,
mantiene lo observado
como objeto
y de ese modo
destruye toda
verdadera comunicación,
todo Amor.
Con la desaparición del hábito de ser alguien que hace algo,
sólo la atención desnuda queda y, a la luz de ésta, se hace claro el
funcionamiento de proyección.
La mente recobra su sensibilidad y flexibilidad naturales y,
al mismo tiempo, sentimos libertad en relación con nuestro entorno.
En la exploración abierta, en la que te aceptas a ti mismo
científicamente, llegará el día en que te sientas completamente autónomo y
realizado sin calificación.
Fuente: Jean Klein. ¿Quién soy yo?
La búsqueda sagrada
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