Son habituales los debates que confrontan “Libre Albedrío” con “Destino” o determinismo; es decir, entre quienes defienden nuestra más absoluta libertad de elección para hacer o dejar de hacer cuanto deseemos; frente a aquellos que afirman que todo está previsto o determinado de antemano y que poco importan las decisiones que tomemos puesto que nada de lo que hagamos conseguirá hacer cambiar nuestro destino.
Ambas opciones son dignas de una larga reflexión y a buen seguro hallaremos argumentos de lo más convincentes tanto a favor como en contra. Sin embargo, existe una interesante teoría en el campo de la mecánica cuántica que puede ayudarnos a conciliar estos aparentemente dicotómicos supuestos haciéndolos compatibles entre sí.
Esta nueva perspectiva parte de la denominada “Paradoja de Schrödinger”, un experimento imaginario concebido por el físico austríaco Erwin Schrödinger que consiste en lo siguiente:
Imaginemos un sistema formado por una caja cerrada y opaca con un gato en su interior; una botella de gas venenoso y un dispositivo con dos posiciones, una que liberaría el gas venenoso dentro de la caja dando así muerte al gato y otra que no lo haría. Se lanzaría una partícula elemental como un electrón por un largo conducto que se bifurca en otros dos conductos, uno de ellos conduciría a la posición que libera el gas venenoso y el otro conduciría a la posición que no lo libera.
Según esta teoría el electrón, en lugar de pasar por uno de los dos conductos que se separan en la bifurcación, pasaría inéditamente por ambos conductos a la vez (se ha observado que así ocurre en el mundo de las partículas subatómicas). Esto significa que al finalizar el experimento obtendríamos dos estados opuestos y simultáneos, uno con el gato vivo y otro con el gato muerto; ambos coexistiendo en un mismo espacio temporal pero en universos superpuestos. Sería sólo al abrir la caja cuando descubriríamos en cuál de los dos universos nos encontramos.
Este enfoque de realidades simultáneas guarda una estrecha relación con lo que a una escala mayor le sucede al ser humano. Ocurre que en cada una de las encrucijadas en las que nos encontramos a lo largo de nuestra vida, es decir, en aquellas situaciones de especial trascendencia en las que tenemos que tomar una decisión que hará que nuestra vida discurra por uno u otro derrotero; en ese preciso instante se produce un desdoblamiento espacio temporal en el que se generan tantas vidas paralelas como posibilidades de elección podamos llegar a abarcar (nuestra vida como casados, como solteros, con hijos, sin hijos, viviendo en un país u en otro, con esta o aquella profesión, etc.).
Existe toda la gama de posibles destinos por vivir pero de entre los cuales tenemos que elegir cuál de ellos queremos vivir. La versión de vida que elijamos vivir es la que finalmente llegará a concretarse en el plano terrestre y es la que nos aportará la experiencia vivencial. El resto de alternativas, tal y como sugiere la mecánica cuántica y la teoría del Biocentrismo del Dr. Robert Lanza, son posibilidades que simplemente existen en otros universos paralelos o multiversos, dado que toda posibilidad consciente genera de por sí su correspondiente realidad superpuesta y simultánea.
Cabe decir que toda esta infinidad de vidas paralelas de las que solamente seremos conscientes cuando accedamos a planos más elevados de existencia, también a otro nivel enriquecen a nuestro Ser.
Esto significa que en último término está en nuestras manos decidir qué experiencias queremos que formen parta de nuestra vida para nutrirnos del conocimiento vivencial que éstas puedan aportarnos.
Así es que una vez unimos conciencia y materia con el fin de iniciar un nuevo ciclo vital, más allá de los condicionantes con los que nos encontremos en el plano físico, siempre tendremos la posibilidad de elegir cómo queremos vivir nuestra vida. El Libre Albedrío es por tanto un derecho inherente al Ser que nos permite asumir el protagonismo de nuestra propia existencia.
No obstante, como bien sabemos, cada cual se hace responsable de sus actos incluso cuando no se es plenamente consciente de ello.
Esta es una realidad que queda perfectamente integrada en otro de estos axiomas o leyes inmutables que rigen el universo entero; el Principio de Causalidad.
Este principio viene a decir lo siguiente: “Toda acción origina un movimiento que relaciona el evento inicial (la causa) con un segundo evento (el efecto) que surge como consecuencia del primero y que está destinado a restablecer el equilibrio original”.
En otras palabras, que todo aquello que pensamos, decimos y hacemos, emite una determinada energía expansiva que tarde o temprano acabará por regresar a nosotros en su misma condición y en su misma proporción. De esto se desprende, tal y como nos han dicho siempre las más antiguas tradiciones espirituales, que nadie más que uno mismo es el responsable de lo que le suceda en la vida, a pesar de que a menudo suela caerse en el equívoco de querer señalar a cualquier otra persona o situación como causante de su desdicha.
Y es que tenemos por lo general una perspectiva muy limitada de lo que a nuestros ojos es la única realidad posible, juzgando por ello a las personas (y a nosotros mismos) en función de sus acciones pero sin conocer en absoluto la totalidad de los antecedentes ni las causas que las han podido motivar.
Es decir, que más allá de las propias limitaciones intrínsecas a cualquier sistema judicial como puedan ser su jurisprudencia o competencia y profesionalidad de abogados, fiscales y jueces; existe en último término una clara incapacidad por llegar a impartir una auténtica justicia debido a que es preciso disponer de una perspectiva mucho mayor que por lo general escapa a los medios humanamente disponibles.
Si conociéramos la totalidad de las causas e implicaciones que hay detrás de cada acción, unas causas que en ocasiones pueden llegar a remontarse a existencias precedentes, tal vez comprenderíamos entonces que todo lo que llega a materializarse en el plano físico tiene un origen, un motivo, un por qué y que nada de lo que nos ocurre en la vida es producto de la arbitrariedad.
Así es que al margen del conjunto de sincronicidades que procediendo de otros planos de existencia aparecen súbitamente en nuestras vidas con el único fin de ayudarnos a encauzar el camino que más fácilmente podrá conducirnos al propósito por el cual en su día decidimos venir al mundo, podríamos concluir que tanto el “Libre Albedrío” como el “Destino” tienen su debida representación en este planteamiento multidimensional de la existencia, aunque como hemos visto, el primero prevalecerá siempre sobre el segundo.
Existe pues efectivamente una absoluta libertad para elegir vivir la vida que queramos vivir y hacer con ella cuanto nos venga en gana; pero a su vez, en ningún caso podremos eludir todo aquello que por responsabilidad (causalidad) nos sea preciso vivir.
Autor: Ricard Barrufet del libro “Planos de Existencia, Dimensiones de Conciencia”
Fuente:trabajadoresdelaluz.com.ar
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