Somos muy dados a chismorrear, hablar de los demás, juzgando desde parámetros adquiridos, por envidias, inseguridad, falta de autoestima, complejos y sobre temas o personas que desconocemos. Desde esos prejuicios que nos hacen creer que nuestra percepción es la única verdad, dando valor a lo que nos cuentan aquellos que son igual que nosotros, olvidando que generalmente las apariencias engañan y que detrás de cada historia existen motivos y razones que no tenemos por qué entender.
Cada vez que escuchamos y hablamos de los demás es como echar “plumas al viento”.
Hay un antiguo cuento judío que ilustra los tristes efectos de los chismes. Aunque existen diversas versiones, todas vienen a decir lo siguiente:
Había una vez un hombre que estuvo contando mentiras acerca del sabio del pueblo. Con el tiempo, aquel chismoso se dio cuenta de que había actuado mal. Fue a pedirle perdón al sabio y le preguntó cómo podía corregir su error. El sabio le pidió una solo cosa: tenía que agarrar una almohada, abrirla con un cuchillo y esparcir al viento las plumas que tenía dentro. El chismoso se quedó extrañado, pero decidió complacerle. Luego volvió a ver al sabio y le preguntó:
-¿Ya estoy perdonado?
-Primero tienes que ir a recoger todas las plumas -respondió el sabio-
-¡Pero eso es imposible! El viento ya las ha dispersado -protesto el chismoso-
-Pues igual de imposible es deshacer el daño que has causado con tus palabras -concluyó el sabio-
Felix Moratilla
FUENTE: https://elaticodelalma.wordpress.com/
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