Cero, el punto muerto
Contorno gráfico de la esfera, el cero se aproxima al simbolismo de la copa, del vaso o del cofre de los cuentos donde se encierra a una princesa o a un héroe, imagen del vaso filosófico de la iniciación hermética. Se convierte entonces en un símbolo matriarcal, emblema de la mujer fecundada.
El uno, la base
El punto es el Uno en vías de engendrar todas las cosas.
Los antiguos compararon la Totalidad con el centro de una rueda: la realidad en sí sería como un motor inmóvil; las realidades sensibles, como los rayos y la circunferencia de la rueda. Estas realidades están en constante interdependencia, pues según los filósofos, el Uno domina el tiempo y el espacio, mientras que los seres múltiples se sumergen en el flujo del devenir.
Numerosas civilizaciones (mesoamericanas, caldea, asiría, egipcia) eligieron representar la unidad por una rueda alada.
Dos, la dualidad
Representa también el doble poder divino de creación y de destrucción (Shiva).
Sin embargo, el dos es, sobre todo, la ambivalencia, la dualidad, simbolizada por el andrógino, mezcla de caracteres masculinos y femeninos con el órgano macho de la procreación, o por un animal, como la babosa, que lleva los dos órganos.
Tres, receptáculo de la totalidad
Esta Trinidad Padre-Hijo-Espíritu Santo, Mithra el dios triple, etc., simboliza la triple energía divina que prodiga a la tierra por tres veces sus beneficios. Se le aparece a Ezequiel bajo la forma mixta del águila, del toro y del león, emblemas del espíritu etéreo y de los poderes destructores y creadores que se unen en el Dios verdadero.
El mismo principio está representado en todas las tríadas divinas: la Trimurti hindú (Brahma, el creador -Vishnu, el conservador -Shiva, el destructor), las Tríadas egipcias de Menfis (Ptah - Sekhmet - Nefertum). de Osiris (Osiris - Isis- Horus), de Tebas (Amon - Mut -Khonsu), persa (Ormuz, el Sabio genio - Vahu Mano, el buen pensamiento - Asha Vahista, la perfecta justicia).
Cuatro, la totalidad
Es el número del orden (las cuatro direcciones del espacio fueron el primer medio de orientación conocido por los hombres, tanto en la tierra como en el mar), que fue introducido en la simbología por los cultos solares. En el origen, representaba los solsticios y los equinoccios, las estaciones, los elementos, los puntos cardinales, las fases de la Luna, los vientos del cielo y los ríos del paraíso.
Muchos estados tenían antiguamente cuatro provincias y las ciudades, divididas en barrios, se abrían mediante cuatro puertas correspondientes a las direcciones del espacio (en China, en México, en Sudán...).
Estos significados se extendieron a títulos reales: Señor de los cuatro soles. Maestro de los cuatro mares, Señor de las cuatro partes del mundo, eran términos que designaban a los reyes y a los jefes, frecuentes en el sánscrito, la antigua Babilonia, los chinos, los peruanos.
Cinco, el equilibrio, la perfección humana
Es el numero visto como el mediador entre Dios y el universo. Así, la figura humana se inscribe en el pentagrama, pues la cabeza domina los cuatro miembros como el espíritu comanda los cuatro elementos.
Seis, la belleza
Siete, la armonía
Número solar, figura en los monumentos ancestrales con la corona de los siete rayos en relación numérica con los siete cielos de Zoroastro, los siete bueyes que tiran el carro del sol en las leyendas nórdicas y sobre todo con los siete planetas divinizados por los babilonios que formaron los días de la semana a partir de sus nombres.
Ocho, el equilibrio final
Los pitagóricos, que lo llamaron la Gran Tetraktis, lo convirtieron en símbolo del amor y de la amistad, de la prudencia y de la reflexión.
En Babilonia, en Egipto y en Arabia, era el número de la reduplicación consagrada al sol: 2 x 2 x 2: de donde proviene la imagen del disco solar adornado por una cruz de ocho brazos.
Nueve, la jerarquía
Es el número de la jerarquía: Hesíodo contaba 9 Musas (divinidades de la inspiración poética y de las artes). Reencontramos esta jerarquía espiritual en los 9 coros de ángeles (correspondientes a las 9 esferas celestes de los gnósticos).
Número de la armonía, el nueve representa la perfección de las ideas.
Diez, el matrimonio
Es también el número de la totalidad (hay diez dígitos), del universo, de los Sephiroth de la Cabala. Hay diez dedos, diez nombres divinos, diez predicados escolásticos (substancia, cualidad, cantidad, posición, lugar, tiempo, relación, hábitos, acción, pasión).
Once, lo desconocido de un nuevo ciclo
la voluntad correspondiente al desarrollo de sí mismo,
la abstinencia y la música que llevan a la purificación,
el tiempo, etapa de extravío entre la conciencia de sí y Dios,
la imagen de Dios reflejada en todas las creaturas,
el fin de la inquietud,
la tranquilidad perfecta y el éxtasis permanente,
el arrebato fuera de sí,
la posibilidad de elevarse hasta Dios,
la pérdida de la voluntad,
la ida y vuelta con Dios,
la contemplación permanente que da el poder de hacer milagros.
Doce, el orden
Según los persas, todo el bien proviene del movimiento regular de los 12 signos del zodíaco, creación de Ahura-Mazda, mientras que el movimiento irregular de los 7 planetas provocaría el mal.
Trece, el comienzo de un nuevo ciclo
Es, probablemente, en recuerdo de la Ultima Cena (13 personas a la mesa: 12 apóstoles y Cristo, la traición de Judas, causa de la muerte de uno de los participantes) que el número trece ha conservado su aspecto nefasto. La misma idea preside el simbolismo del arcano XIII del tarot, La Muerte (fatalidad ineludible, fracaso inevitable, cese de algo para recomenzar de un modo diametralmente opuesto), que es la decimotercera Vía de la Sabiduría de los cabalistas (principio sustentador y devorador de las formas provisorias, transmutaciones, cambios) correspondiente al sueño, a la crisálida y a la noche.
Dieciséis, la realización
Es también la suma de los cuatro primeros números impares: 1 + 3 + 5 + 7 = 16, lo que, por adición teosófica da 1+6 = 7, número sagrado. Ciertas rosas de algunas catedrales (como, por ejemplo, la de Estrasburgo) tienen dieciséis rayos.
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