LA MATRIZ DIVINA,
por Gregg Braden
Fragmento:
"Toda materia existe en virtud de una fuerza. Debemos asumir tras esa
fuerza la existencia de una mente consciente e inteligente. Esa mente es la
matriz de toda la materia." Max Planck, físico. 1944
Con estas palabras Max Planck, padre de la teoría cuántica, describía un campo
universal de energía que conecta a todos y a todo lo que hay en la creación: La
Matriz Divina.
La Matriz Divina es nuestro mundo. También es todo lo que
hay en nuestro mundo. Somos nosotros y todo lo que amamos, odiamos, creamos y
experimentamos. Al vivir en la Matriz Divina, somos como artistas que
expresamos nuestras más recónditas pasiones, miedos, sueños y deseos a través
de la esencia de un misterioso lienzo cuántico. Pero nosotros somos tanto ese
lienzo como las imágenes plasmadas sobre él. Somos a la vez las pinturas y las
brochas.
En la Matriz Divina somos el recipiente en cuyo interior existen todas las
cosas, el puente entre las creaciones de nuestros mundos interior y exterior y
el espejo que nos muestra lo que hemos creado. En la Matriz Divina somos a la
vez la semilla del milagro y el propio milagro.
(…)
La ciencia moderna ya ha llegado al punto del que
arrancan nuestras tradiciones espirituales mejor consideradas. Un creciente
cuerpo de evidencia científica apoya la existencia de un campo de energía -la
Matriz Divina- que proporciona ese recipiente, así como el puente y el espejo
de todo lo que sucede entre el mundo que hay en nuestro interior y el mundo
externo a nuestros cuerpos. El hecho de que ese campo esté en todo, desde las
partículas más pequeñas del átomo cuántico hasta universos distantes cuya luz está
alcanzando precisamente ahora nuestros ojos, así como en todo lo intermedio
entre ambos, cambia todo lo que creíamos acerca de nuestro papel en la
creación. Sugiere que debemos ser bastante más que simples observadores que
pasan a través de un breve instante de tiempo por una creación preexistente.
Cuando contemplamos la “vida” –nuestra abundancia material y espiritual,
nuestras relaciones y carreras, nuestros amores más profundos y nuestros
mayores logros, así como nuestros temores a carecer de todas esas cosas- es
posible que también estemos encuadrando nuestra mirada en el espejo de nuestras
creencias más auténticas, generalmente inconscientes. Las vemos en nuestro
entorno porque se han manifestado mediante la misteriosa esencia de la Matriz
Divina. De ser así, la propia conciencia debe jugar un papel clave en la
existencia del universo.
Somos Tanto los Artistas como el Arte
Por inaprensible que pueda resultar esta idea a algunas personas, esta es
precisamente la otra cara de la moneda de algunas de las mayores controversias
entre algunas de las mentes más grandiosas de la historia reciente. Por
ejemplo, en una cita de sus notas autobiográficas, Albert Einstein compartía
esta creencia de que somos esencialmente observadores pasivos que viven en un universo
ya previamente emplazado, sobre el que, al parecer, tenemos muy escasa
influencia. “Vivimos en un mundo”, decía, “que existe independientemente de
nosotros, los seres humanos, y que existía antes que nosotros, como un gran
enigma eterno que, al menos de manera parcial, es accesible a nuestro
pensamiento y observación”.
En contraste con la perspectiva de Einstein, que aún es ampliamente defendida
por muchos científicos en la actualidad, John Wheeler, físico de Princeton y
colega de Einstein, ofrece una visión radicalmente diferente de nuestro papel
en la creación. En términos sólidos, claros y gráficos, Wheeler dice que:
“Tenemos la vieja idea de que ahí afuera está el universo, y aquí está el
hombre, el observador, protegido y a salvo del universo por un bloque de vidrio
laminado de seis pulgadas”. Refiriéndose a los experimentos de finales del
siglo XX que nos muestran que simplemente observar una cosa cambia esa cosa,
Wheeler continua: “Ahora hemos aprendido del mundo cuántico que hasta para
observar un objeto tan minúsculo como un electrón tenemos que quebrar ese
vidrio laminado; tenemos que meternos dentro de él. Por lo tanto, sencillamente
hay que tachar de los libros la vieja palabra observador, sustituyéndola por la
nueva palabra participante”.
¡Qué vuelco! En una interpretación radicalmente diferente de nuestra relación
con el mundo que nos rodea, Wheeler está afirmando que nos es imposible
limitarnos a observar lo que pasa en él. De hecho, experimentos de física
cuántica demuestran que el acto de que observemos algo tan pequeño como un
electrón, concentrando nuestra consciencia sobre lo que esté haciendo ese
electrón, aunque sea sólo un instante, cambia sus propiedades mientras lo
observamos. Los experimentos sugieren que el mismo acto de observar es un acto
de creación y que la consciencia es la que crea.
Es interesante notar que las sabias tradiciones del pasado indican que nuestro
mundo funciona precisamente de esa manera. Desde los Vedas de los antiguos
hindúes, que según ciertos estudiosos datarían del 5000 a.C., hasta los Rollos
del Mar Muerto, que tienen 2.000 años, el tema general parece indicar que el
mundo en realidad es un espejo de las cosas que están pasando en un reino
superior o en una realidad más profunda. Por ejemplo, comentando las nuevas
traducciones de los fragmentos del Rollo del Mar Muerto conocido como Las
Canciones del Sacrificio del Sabbath, sus traductores resumen su contenido en
que "Lo que pasa en la tierra no es sino un pálido reflejo de esa
realidad superior final".
La implicación de ambos textos antiguos con la teoría cuántica es que en los
mundos invisibles creamos el proyecto de nuestras relaciones, carreras, éxitos
y fracasos del mundo visible. Desde ese punto de vista, la Matriz Divina
funciona como una gran pantalla cósmica que nos permite ver la energía no
física de nuestras emociones y creencias (nuestro enojo, odio y rabia, así como
nuestro amor, compasión y comprensión) proyectada en el medio vital físico.
Al igual que una pantalla de cine refleja la imagen de cualquier cosa o persona
que haya sido filmada sin emitir juicio alguno, la Matriz parece proporcionar
una superficie neutra para que nuestras experiencias y creencias internas sean
vistas en el mundo. A veces conscientemente, a menudo de manera inconsciente,
“mostramos” nuestras verdaderas creencias de todo tipo, desde la compasión a la
traición, a través de la calidad de las relaciones que nos circundan. En otras
palabras, somos como artistas que expresamos nuestras pasiones, temores, sueños
y deseos más profundos, a través de la esencia viviente de un misterioso lienzo
cuántico. Y al igual que los artistas refinan una imagen hasta que a sus mentes
les parece adecuada, en muchos aspectos parece que nosotros hacemos lo mismo
con nuestras experiencias vitales a través de la Matriz Divina.
Qué concepto tan raro, hermoso y poderoso. De idéntica manera que el artista
usa el mismo lienzo una y otra vez mientras va buscando la expresión perfecta
de una idea, podemos considerarnos artistas perpetuos que construimos una
creación que siempre está cambiando y que nunca se termina. La clave para
hacerlo de manera intencional es que no sólo tenemos que entender cómo funciona
la Matriz Divina sino que, además, para comunicar nuestros deseos a esa red
ancestral de energía necesitamos un lenguaje que ella sea capaz de reconocer.
El Lenguaje Que Crea
Nuestras tradiciones más antiguas y acendradas nos recuerdan que, de hecho, hay
un lenguaje que le habla a la Matriz Divina: un lenguaje que carece de palabras
y que no implica los habituales signos externos de comunicación que hacemos con
nuestras manos y nuestro cuerpo. Dicho lenguaje adopta una forma tan simple que
todos sabemos ya “hablarlo” de manera fluida. De hecho, lo usamos cada día de
nuestras vidas. Es el lenguaje de la creencia y de la emoción humanas.
La ciencia moderna ha descubierto que, con cada emoción que experimentamos en
nuestros cuerpos, experimentamos también cambios químicos en cosas que reflejan
nuestras emociones, tales como el pH y las hormonas. Desde las experiencias
“positivas” de amor, compasión y perdón, por ejemplo, hasta las “negativas” de
odio, juicio o celos, cada uno de nosotros posee el poder de afirmar o negar su
existencia en cada momento de cada día. Adicionalmente, la misma emoción que
confiere semejante poder a lo que hay dentro de nuestros cuerpos extiende ese
mismo poder nuestro hacia el mundo cuántico que está más allá de nuestros
cuerpos.
Tal vez sea útil imaginar la Matriz Divina como una frazada cósmica que empieza
y termina en los reinos de lo desconocido, cubriendo todo lo que hay entre
ellos. La frazada tiene una profundidad de varias capas y siempre está puesta
en todas partes a la vez. Nuestros cuerpos, vidas y todo lo que conocemos,
existe y sucede en el interior de las fibras de esa frazada. Desde nuestra
creación acuática en el útero de nuestra madre hasta nuestros matrimonios,
divorcios, amistades y carreras, todo lo que experimentamos puede ser asimilado
a arrugas en la frazada.
Admito que pensar en nosotros mismos como “arrugas” de la Matriz pueda quitarle
algo de romance a nuestras vidas, pero también nos brinda una manera poderosa
de pensar acerca de nuestro mundo y de nosotros mismos. Si queremos crear
relaciones nuevas, saludables y afianzadoras de nuestras vidas, si queremos
atraer a ellas un romance sanador, o una solución pacífica a Oriente Medio por
ejemplo, debemos crear una perturbación nueva en el campo, una que refleje
nuestro deseo. Tenemos que crear una “arruga” nueva en esa cosa de la que están
hechos el espacio, el tiempo y nuestros cuerpos. Esta es nuestra relación con
la Matriz Divina. Se nos da el poder de imaginar, soñar y sentir las
posibilidades de la vida desde el interior de la propia Matriz, de manera que
podamos reflejar hacia nosotros lo que hayamos creado.
Está claro que no sabemos todo lo que hay que saber sobre la Matriz Divina. La
ciencia no tiene todas las respuestas. Con total honestidad, los científicos ni
siquiera saben con seguridad de dónde viene la Matriz Divina. También sabemos
que podríamos estudiarla otros 100 años y seguiríamos sin conocer esas
respuestas. Sin embargo, lo que sí sabemos es que la Matriz Divina existe. Está
aquí y podemos introducirnos en su poder creativo mediante el lenguaje de
nuestras emociones. Cuando lo hacemos, nos introducimos en la verdadera esencia
del poder de cambiar nuestras vidas y el mundo.
El Universo como Ordenador Consciente
En muchos sentidos, nuestra experiencia de la Matriz Divina podría compararse a
los programas con los que trabaja un ordenador. En ambos casos las
instrucciones deben utilizar un lenguaje que el sistema comprenda. Para el
ordenador, ese lenguaje es un código numérico de ceros y unos. Para la
conciencia se requiere de una clase de lenguaje diferente: uno que no use ni
números ni alfabetos, ni siquiera palabras. Como ya somos parte de la
conciencia, tiene perfecto sentido que ya tengamos todo lo que necesitamos para
comunicarnos sin necesidad de un manual de instrucciones o de adiestramiento
especial. Y lo hacemos.
Al parece, el lenguaje de la conciencia es la experiencia universal de la
emoción. Ya sabemos cómo amar, odiar, temer y perdonar. Al reconocer que esas
experiencias son en realidad las instrucciones que programan la Matriz Divina,
podemos aguzar nuestras destrezas para comprender mejor cómo llevar a nuestras
vidas alegría, salud y paz.
De la misma manera que todo lo vivo se configura a partir de las cuatro bases
químicas que generan nuestro ADN, el universo parece estar constituido en base
a cuatro características de la Matriz Divina que hacen que las cosas funcionen
como lo hacen. La clave para penetrar en el poder de la Matriz reside en
nuestra habilidad para admitir los cuatro descubrimientos que son los hitos que
enlazan nuestras vidas de una manera sin precedentes.
Descubrimiento 1: Hay un campo de energía que conecta todo lo que hay en
la creación.
Descubrimiento 2: Dicho campo juega los papeles de recipiente, puente y
espejo de las creencias que albergamos.
Descubrimiento 3: El campo está en todas partes (no está localizado) y es
holográfico. Todas sus partes están conectadas con las demás. Y cada parte
refleja al todo a una escala inferior.
Descubrimiento 4: Nos comunicamos con el campo a través del lenguaje de la
emoción.
De nuestra habilidad depende reconocer y aplicar esas realidades que lo
determinan todo, desde nuestra sanación hasta el éxito de nuestras relaciones y
carreras.
De manera casi universal, compartimos la sensación de que hay más de lo que
nuestros ojos alcanzan. En algún lugar profundamente escondido entre las brumas
de nuestra memoria más antigua, sabemos que tenemos en nuestro interior poderes
mágicos y milagrosos, de cuyos recuerdos estamos rodeados por todas partes. La
ciencia moderna ha demostrado más allá de cualquier duda razonable que la
“cosa” cuántica de la que estamos hechos se comporta de maneras aparentemente
milagrosas. Si las partículas de las que estamos hechos pueden establecer entre
sí una comunicación instantánea, estar en dos sitios a la vez, sanar
espontáneamente e incluso cambiar el pasado mediante elecciones hechas en el
presente, entonces nosotros también podemos hacer lo mismo. La única diferencia
entre esas partículas aisladas y nosotros es que nosotros estamos hechos de
muchísimas partículas que se mantienen unidas por el poder de la propia
conciencia.
Los antiguos místicos recordaron a nuestros corazones, y los experimentos
modernos han demostrado a nuestras mentes, que la fuerza más poderosa del
universo es la emoción que vive en cada uno de nosotros. Y ese es el gran
secreto de la propia creación: el poder de crear en el mundo lo que imaginemos
y sintamos en nuestras creencias. Aunque pueda sonar demasiado simple para ser
verdad, yo creo que el universo funciona precisamente de esta manera.
Cuando el poeta y filósofo sufí Rumí observó que tenemos miedo de nuestra
propia inmortalidad, tal vez quiso decir que en realidad lo que verdaderamente
nos asusta es nuestro poder de elegir la inmortalidad. Al igual que los
antiguos iniciados descubrieron que bastaba una pequeña sacudida para que les
fuese posible contemplar al mundo de una manera diferente, quizás lo único que
nos haga falta a nosotros sea un pequeño giro para que nos demos cuenta de que
somos los arquitectos de nuestro mundo y de nuestro destino, artistas cósmicos
que expresamos nuestras creencias interiores sobre el lienzo del universo.
Si somos capaces de recordar que somos tanto el arte como el artista, tal vez
podamos recordar también que somos tanto la semilla del milagro como el propio
milagro. Si podemos dar ese pequeño giro, ya estaremos sanados en la Matriz
Divina.
Gregg Braden
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Notas al margen:
"Cuando esperamos que algo suceda, esa expectativa es una emoción en
nuestros cuerpos. Es a través de esa emoción que se ponen en movimiento una
serie de acontecimientos que se extienden más allá de nuestro cuerpo, hacia el
mundo a nuestro alrededor, a través de este campo la Matriz Divina. Estamos en
realidad afectando y teniendo una influencia directa en la materia de la que
nuestro mundo está compuesto, de formas que estamos sólo comenzando a comprender."
"El sentimiento es el lenguaje que programa la computadora de la
consciencia del universo ".
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